En este ejemplo, una meta mal definida sería: “dejar de decir palabrotas”.
Usaremos la tabla anterior, con las mismas preguntas, pero esta vez, referidas a la solución
Pregunta |
La solución |
Qué |
Dejar de decir cualquier palabrotas |
Quién |
Yo tengo que cambiar y aprender a controlarme |
Por qué |
Dejar de decir palabrotas hará que me sienta bien conmigo, más seguro en mi trabajo |
Para qué |
Creo que las palabrotas son molestas, dan una impresión fea de una persona, denotan mala educación, son vulgares |
Cuándo |
Voy a empezar a partir de la semana que viene |
Cuánto |
No quiero decir más palabrotas, especialmente “XXX” e “YYY” |
Cómo |
Voy a buscar algunas palabras comodín, que sustituyan las palabrotas. Por ejemplo, en lugar de “XXX” usaré “¡cachis!” y en lugar de “YYY” usaré “¡vaya!”
Otras ideas que aún no sé |
Dónde |
En el trabajo |
Ahora el Sr. M. sabe que la meta para su problema es dejar de decir palabrotas (meta específica). No sólo las palabrotas que usa con más frecuencia, sino todas las palabrotas (meta medible). Es algo que sabe que le costará, pero puede lograrlo, puesto que en casa no dice palabrotas (meta alcanzable). Es algo importante en su vida, puesto que su trabajo depende en parte de controlarse (meta relevante). Y se plantea que es algo que va a empezar a hacer la semana que viene (meta temporalizada).
Las metas intermedias
Además de conocer la meta última, debemos de plantearnos metas “volantes” (como se dice en ciclismo) o metas intermedias. Estas metas se usarán posteriormente para valorar el avance y obtener refuerzos (luego se abordará).
En el ejemplo del Sr. M., la meta final es no decir palabrotas. Pero puede marcarse metas intermedias como (meta 1) reducir 1 palabrota al día, (meta 2) decir la mitad de las palabrotas, o sólo decir 1 palabrota al día (meta3).
Dividir la meta final en metas intermedias, más sencillas que la meta final, facilita la programación y el seguimiento, así como la consecución del programa del cambio.
En ocasiones, cuando la meta final es grande, complicada y a largo plazo, se usa una herramienta conocida como “la escalera del cambio”. Esta herramienta consiste en visualizar el cambio como una escalera con peldaños. Cada peldaño nos acerca a la meta final, y supone una meta intermedia. La idea de que, ir subiendo peldaños, alcanzar metas intermedias, nos acerca a la meta final, la parte más alta de la escalera resulta muy gratificante.
No existe un límite de peldaños, pero el número debe de ser proporcional a la complejidad de la meta final. Si es sencilla, 2 o 3 peldaños son suficientes, mientras que, ante metas finales muy complicadas, serán precisos más peldaños. Eso sí, no es conveniente superar los 10 peldaños. Si este es nuestro caso, sería más interesante dividir la meta final en otras metas más pequeñas.
Con todo esto, podemos pasar a la 3º fase: ver cómo superamos el problema y alcanzamos la meta, por medio de soluciones.