Todos estos biorritmos son ajenos a la voluntad de las personas, que pueden modificarlos ligeramente, pero determinan nuestras necesidades y nuestras conductas. Conocerlos nos ayuda a saber cuándo nos concentramos mejor o metabolizamos ciertos alimentos y sustancias. En ausencia de un control voluntario por parte de la persona los biorritmos marcan nuestras rutinas.
En segundo lugar, las rutinas son comportamientos semiautomatizados que consumen menos recursos. Esto significa que podemos hacer otras cosas al mismo tiempo. Por ejemplo, cuando aprendemos a conducir pensamos que seremos incapaces. Con la práctica llega el momento en que además de conducir miramos el GPS, respondemos un mensaje en el móvil, escuchamos música, hablamos con el copiloto, etc.
Atención: aunque nos terminemos convirtiendo en ases del volante, la conducción necesita nuestra atención y concentración plenas, o nos despistaremos y sufriremos un accidente.
Otras conductas rutinarias son vestirnos, usar los cubiertos, masticar, escribir, leer, caminar, seguir el camino hasta la oficina o la escuela, el swing del golf, etc. En general, cualquier conducta que hagamos de manera frecuente. Al cerebro le encantan las rutinas. Y es que, en las conductas voluntarias y controladas necesitamos que participen la atención y la concentración, la memoria y muchos recursos cognitivos, que consumen mucha glucosa y oxígeno. Además, se hacen lentamente, con torpeza, conllevan tiempo y esfuerzo. Las rutinas, sin embargo, se hacen con soltura, maestría y dominio y consumen menos recursos.
Finalmente, el ser humano para vivir necesita reponer recursos: nutrientes y agua. Milenios de evolución han llevado a los animales a no derrochar sus recursos. Esto significa que no haremos nada que suponga un gasto inútil de energía. Yo digo siempre que “el ser humano es vago por naturaleza”. Así que para adquirir (aprender) nuevas conductas o implantar nuevos hábitos tenemos que vencer nuestra naturaleza procrastinadora: somos nuestro peor enemigo.
A pesar de estas cuestiones biológicas, podemos cambiar. Veamos de qué manera.
La rueda del cambio
Cuando hablamos de propósitos nos referimos a una intención de cambiar algo. Vemos que algo no está bien o queremos cambiarlo. Entonces nos marcamos una meta, un objetivo a alcanzar. Debemos conocer la “rueda del cambio” y valorar cómo de dispuestos a cambiar estamos.
James O. Prochascka y Carlo Diclemente son 2 psicólogos que en 1982 postularon la teoría del “modelo del cambio”. Según esta teoría, cuando queremos cambiar una conducta (ellos trabajaron con alcohólicos que querían dejar la adicción), pasamos por varias fases.
Fase de la inocencia
Esta fase no la consideran los autores. Pero en esta fase la persona ni siquiera se plantea que tenga un problema.
“¡Qué suerte tienen mis compañeros de trabajo! Ellos siempre ascienden y yo sigo aquí estancado. ¿Qué tendrán ellos que yo no tenga?”
Fase de precontemplación
En esta fase la persona sabe que tiene un problema o que desea cambiar, pero apenas se plantea el cambio, no lo ha organizado y lo valora como algo muy alejado. No tiene una meta clara y desde luego no tiene un plan. La persona suele decirse que “algún día cambiaré”.
“Si tuviera un mejor nivel de inglés, igual podría ascender en mi trabajo. Algún día aprenderé inglés”
Fase de contemplación
La persona es consciente de su problema, pero cuando se plantea el cambio surgen dudas, no sabe exactamente qué debe de hacer, hay un empate entre los pros y los contras o incluso vencen las desventajas… Eso significa que puede seguir adelante con la siguiente fase, o desanimarse y volver a la anterior. “Deseo cambiar, pero…”
“Hablar inglés sería bueno para mi trabajo, pero no tengo tiempo, tengo la agenda llena, me va a suponer mucho esfuerzo, tengo mal oído…”
Fase de determinación
En esta fase, la persona toma un papel activo para cambiar su problema o implantar una nueva conducta. Empieza a organizarse, va haciendo algunos cambios menores, sencillos y que suponen poco esfuerzo, observa con más realidad los beneficios del cambio y se plantea que el cambio es imprescindible. En esta fase podemos decir “voy a cambiar”, y el cambio es algo tangible.
“Veo las películas y series en inglés, estoy leyendo en inglés un libro que ya leí, uso el diccionario de inglés…”
Fase de acción
La persona, consciente de sus problemas, lleva un tiempo valorando cómo cambiarlos y por fin se anima a cambiar. Pone su esfuerzo, empeño, destina tiempo, cambia hábitos y se sacrifica, pero se siente optimista y motivado. Quiere cambiar y se enfrenta. Como veremos luego, ciertos aspectos de personalidad o circunstancias ambientales determinan el éxito o el fracaso, llevando en el mejor de los casos a que se da el cambio, y con ello el mantenimiento y la consolidación. Pero también puede producirse una caída o recaída, lo que devolverá a la persona a una fase previa dentro de la rueda del cambio. Esta fase se caracteriza por “adelante con el cambio”, o como dicen los ingleses “Let’s go”.
“Voy a una academia de inglés y me presente en 4 semanas al examen oficial”
Caída y recaída
Es fundamental comprender que en cualquier proceso de cambio es factible que se den momentos de debilidad, circunstancias de fuerza mayor, momentos complicados, etc. que provoquen una caída. Valorarla como algo normal, verificar qué hemos logrado hasta el momento y motivarnos de nuevo hacia la fase de acción nos devolverán al camino correcto. Pero puede ser que la caída se mantenga, y hablamos entonces de una recaída, que es más grave y duradera que una caída, y que puede llevar a la persona al completo abandono. Esta es la peor de las circunstancias, puesto que, además de no lograr el cambio que esperaba, aparecen dudas sobre el deseo de cambio, la autoeficacia percibida, la motivación se tambalea, y salimos más débiles de lo que ya estábamos. Tras una recaída regresamos a una fase previa a la de la acción.
“He estado malo unos días y no he podido dedicarle mucho tiempo al estudio” o “He suspendido el examen oficial de inglés. Nunca podré obtenerlo”
Mantenimiento y consolidación
Si somos capaces de superar las caídas, poco a poco se logrará un mantenimiento del hábito. En opuesto a la recaída y abandono, la persona se irá sintiendo reforzada, notará que supera las dificultades y se motivará, mejorará su autoestima… Ahora bien, esta fase es peligrosa. Por ejemplo, en el caso de los conductores principiantes, el riesgo de padecer un accidente de importancia va aumentando a lo largo del primer año tras obtener su certificado. A medida que el hábito se va estableciendo va precisando cada vez menos control, y con ello aumenta la confianza. Esto a veces provoca caídas inesperadas. Estas son peligrosas. Pero, si tras alguna recaída prosigue el mantenimiento, podremos decir que la persona ha resultado exitosa, y ha consolidado el cambio.
“Logré aprobar el examen, he conseguido una mejora en mi trabajo. Ahora me planteo ir a por el nivel superior”
Continuara… No dejes de ver las actualizaciones en nuestro blog.