No debemos rehuir las emociones. Más bien, al contrario. Debemos reconocerlas, comprenderlas, averiguar porqué las sentimos, y ver qué debemos hacer. Normalmente, con actuar en consonancia y proseguir nuestro camino.
El problema está cuando o no las comprendemos o cuando las rechazamos. En ese caso, ignoramos el motivo de su aparición, y podemos poner en riesgo nuestra integridad. Por ejemplo, acercarse a un animal desconocido, comer un producto peligroso, no valorar lo que tenemos y que podemos llegar a perder, no reaccionar cuando nos sometemos a situaciones de presión…
Existe un trastorno mental, la alexitimia, que consiste en la incapacidad de leer las emociones en nosotros y en los demás. Se caracteriza por varios síntomas, como la incapacidad para detectar sus propias emociones y de ser empáticos, se insensibles ante las emociones ajenas, tener muchas dificultades para fantasear (la alegría nos hace volar), carecer de deseo sexual, gran impulsividad, porque no manejan los tiempos propios de las emociones (por ejemplo, si vemos llorar a una persona respetaremos su tiempo, pero una persona con alexitimia no reconoce la emoción y no comprende que requiera un tiempo.
También en los Trastornos de Espectro Autista (TEA) aparecen dificultades en detectar las emociones propias y ajenas.
Cuando las emociones se racionalizan, suelen convertirse en sentimientos, que duran mucho más tiempo que las emociones, son complejas, pueden contener varias emociones y niveles de estas interrelacionados.
Resultaría complejo valorar la labor de un solo científico que haya analizado y valorado las emociones. Por eso, en esta ocasión, los que se llevan el mérito son los cientos de miles de poetas, dramaturgos, novelistas, literatos, músicos, directores de cine, actores, etc. que han puesto sus creaciones al amparo de las musas, y son los más grandes valedores de las emociones.