¿Soy mi nombre, o mi nombre soy yo?

¿Soy mi nombre, o mi nombre soy yo?

Se trata de un tema un curioso, pero que esconde detrás una situación lamentable: padres que ponen cualquier tipo de nombre a sus hijos. Veamos en qué medida esta decisión puede dañar a la persona y a su salud mental.

La realidad que vivimos debe ser nombrada, debe tener un nombre. Sin un nombre, sencillamente las cosas no existen. En el propio Génesis (2:20) se dice: “Y el hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a toda bestia del campo”. Al poner un nombre, definimos, y con ello declaramos real lo que nos rodea.

Un ejemplo puede ser como, en función del idioma que hablemos, cada cosa tiene una connotación. En España, por ejemplo, no necesitamos 16 formas para denominar a la nieve, como tienen los esquimales, pero sí damos diferentes términos al “calor” (fuego, flama, bochorno, terral, canícula, sofoco, etc.).
A nivel fisiológico, aunque nuestra memoria se estructura más mediante imágenes, emociones y sentimientos, en el proceso de decodificación (proceso por el que revivimos y recordamos hecho, situaciones, recuerdos…) el lenguaje ocupa una posición relevante, sobre todo cuando se lo relatamos a otra persona.
Por otro lado, la Convención de los Derechos del Niño de 1989, en el Artículo 7 afirma: “El niño será inscripto inmediatamente después de su nacimiento y tendrá derecho desde que nace a un nombre, a adquirir una nacionalidad y, en la medida de lo posible, a conocer a sus padres y a ser cuidado por ellos”. Lo que falta a este artículo es: “un nombre digno”.

Dicho todo esto, desde el momento en que los padres (al menos del mundo occidental) saben que van a tener un bebé, suelen darle un nombre. El problema radica en qué nombre le damos al bebé.

Es lamentable ver como en algunos casos, intentos desmedidos por destacar, ser famosos, ser diferentes, por excentricismo o sencillamente por desconocimiento, conllevan que el bebé acabe teniendo nombres ridículos o indignos. Son muchos los ejemplos que encontramos por la red, entre los famosos o en las noticias. Sirvan de ejemplo nombres como “Ferrari, Apple, Email, James Bond, Rocky Rambo, Usnavy Marina, Iloveny, Obimar, Disney Landia, Christmas Day, @, I, Emperador, Rolling Hendrix, Al Power, Batman, I Like, Facebook, Usar paréntesis en segundos nombres, *, Número romano III, Talula Does The Hula From Hawaii, Ikea, Sex Fruit, Anus, Satán” y un inmenso etcétera.

¿Acaso los padres no son conscientes de que ese nombre acompañará a su hijo toda la vida? ¿Que ese será el nombre que le defina, que dirá al presentarse, que los profesores leerán en clase, o que verán en la carta de presentación para un trabajo? ¿Acaso no son conscientes del inmenso daño psicológico, la tortura a la que les someten, el nivel de degradación y lo denigrante que les resultará a sus propios hijos?

No podemos responder a estas preguntas, pero desde aquí animamos a los futuros padres a que reflexionen sobre el nombre que pondrán a sus bebés: que eviten las rimas fáciles, los motes, las concordancias ridículas entre el nombre y el apellido, las reivindicaciones, los nombres añejos y obsoletos, etc. Si los padres lo “darían todo por sus hijos”, ¿por qué no empezar con un nombre adecuado para toda su vida?

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