Rabietas y tolerancia a la frustración

Rabietas y tolerancia a la frustración

Rabietas y tolerancia a la frustración

Rabietas y tolerancia a la frustración; El pico álgido de rabietas en los niños se suele dar entre los 2 y los 4 años. Las rabietas son respuestas inmaduras ante la frustración, muy explosivas y que generan gran malestar entre los padres. Es una etapa natural en el desarrollo de los infantes que fomenta un aumento en la tolerancia a la frustración. Pero ¿es imprescindible que un niño sufra rabietas? ¿tener más rabietas es sinónimo de una mejor o peor educación? ¿Cómo debemos controlarlas?

Todas estas preguntas se las formulan y han formulado aquellos padres y madres con hijos, alguna vez en su vida. La primera vez que un niño sufre una rabieta los padres y madres suelen verse sorprendidos al no esperarse una reacción tan desproporcionada en su hijo. 

Curiosamente, las rabietas suelen ser un rasgo de carácter del niño. Los niños que sufren más rabietas suelen ser niños más demandantes ya desde bebés, con enfados bruscos y a veces exagerados. Esto explica por qué en ocasiones hay niños que nunca sufren rabietas: su forma de ser, su carácter no era explosivo. 

Ahora bien, la manera en que los padres hayan sobrellevado esos enfados de sus hijos cuando eran bebés marcará en gran medida que las rabietas aparezcan y se mantengan. En el fondo, una rabieta es una explosión de ira. La ira es una emoción, que nos advierte y surge ante situaciones frustrantes y desagradables. Pensemos, como adultos, en nuestra respuesta ante una situación desagradable de gran frustración, como el goteo de un grifo, o las conductas molestas constantes y repetitivas de un vecino (usar el taladro a altas horas de la noche, que celebren fiestas ruidosas por la noche, etc.). ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Seríamos pacientes y condescendientes o, al contrario, nos enojaríamos y llegaríamos a perder el control? Seguramente estamos dando ya con la clave: todo depende de cómo de desagradable y frustrante sea la situación, cómo es nuestra relación con el vecino, cómo de tranquilos y pacientes estamos y somos habitualmente… 

Con los niños sucede igual. En ocasiones la situación es muy desagradable (ensuciarse por hacerse caca encima, por ejemplo) o altamente frustrante (es más frustrante cuanto menor control tengan sobre la situación). También puede haber agravantes como que los niños estén cansados o muy excitados. Además existen aspectos que modifican la conducta, como hemos visto, el carácter del niño, su capacidad para soportar la frustración, las habilidades de los padres…

Cuando una rabieta no se ha sabido llevar adecuadamente, puede conllevar cronificación de la conducta, es decir, que las rabietas sean la conducta principal para mostrar el enfado, la frustración, etc. En este momento la rabieta deja de ser una manera de expresar malestar y se convierte en una manera de obtener beneficios: un objeto, la atención de los padres…

En cualquier caso, antes o después los niños deben de ser capaces de manejar las situaciones desagradables y frustrantes. De no ser así, con gran probabilidad nos encontraremos con un niño tirano, demandante de atención y caprichos, que presentará problemas en el colegio y en las relaciones sociales, y que a la larga afrontará situaciones de agresividad y violencia, ya que cuando los arrebatos de ira y rabietas no surtan efecto, sólo le quedará la agresividad como mecanismo de manipulación.

Vemos que las rabietas no se deben exclusivamente a una incorrecta educación de los padres, aunque, respuestas adecuadas minimizan la probabilidad de que ocurran. Estas respuestas adecuadas son:

  • No forzar la situación en momentos en que el niño esté cansado o excitado (por ejemplo, habiendo consumido mucha azúcar en un cumpleaños o fiesta)
  • Anticipar las conductas que se van a llevar a cabo. Por ejemplo, advertir al niño que le quedan 10 minutos de juego en el parque o que al concluir la siguiente canción nos marcharemos de la fiesta. Evidentemente, deberemos ser consecuentes con las advertencias, y no vale demorarlas como, por ejemplo, al encontrarnos a una madre o porque sacan la tarta. Eso dará inseguridad al niño, y fomentará que trate de obtener beneficios y modificar las conductas (tener un berrinche para quedarse más tiempo)
  • Advertir de los beneficios o posibles castigos que se administrarán en caso de que no se cumpla con las conductas adecuadas. Además debemos ofrecer un repertorio de conductas correctas. Por ejemplo, advertimos a un niño de que le quedan 10 minutos de juego en el parque, y que pasado ese tiempo recogeremos y nos marcharemos. Además, le advertimos de que, si lo hace bien, sin protestar ni enfadarse, le premiaremos con una canción por el camino, pero que, si remolonea o se enfada, no pondremos la radio ni cantaremos. Una vez más, debemos de ser consecuentes con los premios y castigos que aventuremos, debemos administrarlos si es necesario, y deben de ser acordes con la conducta del niño. 
  • Siempre es recomendable apoyarse en el refuerzo social (halago, sentimiento de orgullo de los padres, una sonrisa) antes que sobre castigos. 
  • El castigo físico jamás surte efecto, y fomenta respuestas violentas en los niños. 
  • Si vemos que las rabietas ya no son tanto expresiones de situaciones desagradables o frustrantes, sino que buscan obtener otro beneficio, deberán ser ignoradas como mecanismo para erradicarlas. En estos casos es preferible acudir a un especialista que ofrezca pautas adecuadas de conducta
  • La intolerancia a la frustración está en la base de muchas de las conductas problemáticas de los niños de primaria. Dándole una salida adecuada, lograremos que nuestros hijos sean más felices. 

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